Llegar al lugar fue toda una aventura. Mi novio había leído sobre su existencia y por eso sabíamos que queríamos ir, pero no esperábamos que la llegada fuera tan complicada.
Inicialmente sabíamos que quedaba muy carca a Santander de Quilichao, así que fuimos a esta ciudad. Buscamos en Waze y en Google maps y ninguno de los dos sabía ubicar el lugar, por lo que tuvimos que buscar en Google la ubicación que daban quienes lo habían visitado y emplear la vieja técnica de preguntarle a los locales.
Los artículos que encontramos gracias a Google decían que el sendero quedaba en la vereda San Pedro y empezamos preguntándole a Waze la salida hacia allá, que encontró sin ningún problema.
Una vez en la carretera, empezamos a preguntar por el lugar y aunque a todos les sonaba conocido, algunos no sabían exactamente dónde quedaba y otros no supieron darnos las indicaciones (o nosotros no las entendimos). Finalmente, después de media hora de subir y bajar, logramos encontrar la pequeña entrada al sendero.
Está ubicado dentro de una finca que es propiedad privada y al llegar lo primero que se ve es un letrero que lo afirma claramente, invitando a los visitantes a llamar antes de entrar. Después de llamar, nos recibieron y nos presentaron a Don Diego, el artista que decidió convertir su pasión en un sendero ecológico.
Don Diego nos recibió muy amablamente y nos dijo que no había que pagar una entrada, sino que se podía hacer un aporte voluntario al final. Luego, mientras nos acompañaba a recorrer el sendero, nos fue contando la historia de su obra, que está muy ligada a la historia de su vida.
Además de las guaduas curvas, lo mejor de esta visita fue conocer a Don Diego, una persona realmente apasionada por lo que hace que un día decidió que lo suyo no era talar árboles sino sembrarlos y que encontró en este proyecto una forma de hacerlo.
Don Diego va contando su historia mientras muestra los árboles que ha sembrado o que ha permitido que otros siembren en su finca. Se detiene en los lugares que considera que nos gustarán para explicarnos algo en particular (como el proceso de intervención de la guadua) o para permitirnos tomar fotos sin ninguna prisa.
La visita finaliza en su casa, en donde vende algunos objetos hechos con guaduas y en donde su esposa nos muestra los muebles de su hogar (también hechos con guadua). Después de dar nuestro aporte voluntario nos vamos con la satisfacción de haber logrado encontrar el lugar, porque no existen muchas oportunidades de conocer a personas como Don Diego que muestran tanta pasión por lo que hacen.
A propósito de esto, le comentamos que casi no encontramos el lugar y que faltaba algún tipo de señalización. Nos comentó entonces que el gobierno de Santander de Quilichao nunca lo ha apoyado, que lo incluyó en su lista de sitios por visitar pero nunca le informó y que aunque le han prometido mucho, ni siquiera han puesto el letrero. No me sorprende y me parece triste que esta clase de iniciativas no se aprovechen adecuadamente por la negligencia de unos cuantos funcionarios.