Existen miles de perspectivas sobre la segunda guerra mundial en la literatura. Obviamente no las he leído todas, pero conozco algunas (seguramente las más comunes) gracias al cine y a los libros que he podido leer y siento que la perspectiva que ofrece Natalia Ginzburg en Todos nuestros ayeres es distinta porque no se enfoca propiamente en la guerra, sino en el «antes» y el «durante» de los que se quedan fuera de ella: es la perspectiva que podríamos tener nosotros si en los próximos meses empezara la tercera guerra mundial (¿podría ser la que tenemos en este instante?).
La novela se centra en una familia italiana normal, que vive su día a día y se mantiene actualizada sobre las noticias, tratando de sobrevivir como puede a ellas. Cada uno está enfocado en sus problemas particulares y, aunque algunos están interesados en los temas políticos, realmente no es la mayor de sus preocupaciones. En el transcurso de la novela es posible ver cómo esto va cambiando, cómo todo el mundo se vuelve parte de la guerra tarde o temprano, cómo la guerra toca a cada uno y le cambia la vida.
Este libro me hizo reflexionar sobre algunos temas en particular, como el hecho de que los gobiernos entran en los conflictos sin tener en cuenta lo que opina la población o si la causa elegida es una causa que la ciudadanía está dispuesta a defender: ¿defendería el fascismo por mi país?…la mayoría de las veces no es cuestión de preferencias. Y ahí viene otro de los temas interesantes del libro: las muchas formas que existen de enfrentar las mismas circunstancias, porque frente a una guerra algunos prefieren luchar oficialmente, otros lo hacen clandestinamente, otros ayudan a quienes lo necesitan, otros los delatan para salvarse y otros se suicidan.
Un libro narrado de forma muy natural, fácil de leer, incluso gracioso en algunas ocasiones, pero que analizado con detenimiento es un retrato espeluznante de lo cerca que podemos estar de tener una vida completamente diferente a causa de las decisiones de otros.
Ser marido y mujer quería decir convertir los pensamientos en palabras, sacar continuamente palabras de los pensamientos, entonces podía llegar a no sentirse extraña una cabeza apoyada junto a la propia en la almohada, cuando existía un libre fluir de palabras que renacía fresco todas las mañanas.