Un explorador encuentra un cadáver en un campamento abandonado en el Amazonas y junto al cadáver encuentra un diario que parece evidenciar el delirio que experimentó hasta su fallecimiento. Una frase de ese diario llama particularmente la atención: «Mi alma se la dejo al diablo».
Esta es una crónica en la que se entrelazan varias historias: la del explorador fallecido y sus compañeros de infortunio, la de quienes los contrataron y los llevaron hasta el Amazonas, las de quienes encontraron el cadáver y las de los familiares de todos ellos. También es un relato sobre la inclemencia de la selva amazónica, en el que la aparición del cadáver resulta siendo la excusa perfecta para que Germán Castro Caycedo investigue y escriba sobre todo lo que implica vivir y trabajar allí: las historias de vida detrás de cada persona, las relaciones entre «indios» y «blancos», las injusticias del sistema y la naturaleza hostil que no perdona equivocaciones.
Hubo muchas cosas que me encantaron porque me hicieron ver una realidad completamente diferente a la mía. Por ejemplo, me gustó mucho la naturalidad con la que algunos de los involucrados describían la forma de construir un bote, de fabricar una navaja artesanal, de hacer una trampa para cazar o de tejer un cesto a partir de ramas, troncos, el caucho que producen los árboles… Por supuesto, para ellos son habilidades básicas de supervivencia, pero a mí me sonaba como si estuviera leyendo el guión de una película de náufragos.
Mientras leía también pensaba que esta es una crónica que se debe analizar en perspectiva y no desde la óptica de la actualidad, en particular en lo que se refiere a la caza indisciminada, porque las descripciones son realmente entristecedoras.
Este libro me dejó preguntándome cómo será hoy la vida en la Amazonía. Lo triste es que he hablado con algunas personas que me han dicho que no ha cambiado mucho.
La verdadera distancia entre los pueblos está determinada por las barreras culturales que nos impiden entender sus costumbres.