
Debo reconocer que empecé a leer este libro con cierta reticencia; al fin y al cabo los políticos son políticos, saben qué contar y cómo contarlo, manejan las palabras con precaución y privilegian su versión de los hechos. Además, a un año de la publicación del libro han pasado muchas cosas, dos de las cuales no son nada alentadoras: Iván Márquez pasó a ser prófugo de la justicia y muchos líderes sociales han sido asesinados en actos que podrían ser obra de las disidencias de las FARC, de los paramilitares, de grupos aislados o incluso del Estado.
Después de esta pequeña introducción debo reconocer también que el libro me gustó por la forma en la que está escrito, porque esclareció para mí algunas cosas que parecían extrañas del proceso de paz y porque descubrí al estadista que es Juan Manuel Santos a través de su visión, de sus decisiones, de sus lecciones, pero sobre todo del reconocimiento de sus aciertos y errores.
La batalla por la paz inicia con un recuento de la Historia de Colombia en el que se delinea la cronología del conflicto armado desde la época de la violencia hasta llegar al gobierno de Julio César Turbay, a partir del cual Santos deja de narrar desde la posición de estudioso de los hechos y asume la posición de testigo pues, según su relato, desde esta época ha asumido diferentes roles en la búsqueda de la paz de Colombia.
A partir de este punto Santos relata los esfuerzos de cada gobierno para lograr la paz y su involucramiento en ellos, incluyendo su papel como Ministro de defensa de Álvaro Uribe, en donde la narración empieza a ser más detallada y es cada vez más claro cómo todo confluyó para lograr los factores que él describe como indispensables para llegar a un acuerdo de paz.
Desde mi punto de vista es un libro coherente, que muestra un involucramiento real de Santos en el tema más allá de sus ocho años de gobierno y que contiene unas lecciones interesantes de estrategia, política y
negociación (algunas descritas de forma explícita). Creo que este es un documento que pasará a la historia.
La victoria final por las armas -cuando existen alternativas no violentas- no es otra cosa que la derrota del espíritu humano.
