Esta es una de esas novelas cuyo tema no es muy claro, que a veces parece que no tratan de nada porque narran la cotidianidad, la amistad, los azares, las tragedias, las decisiones y tantas cosas que parecen simples, pero que cuando se analizan con detenimiento son muy profundas. Son la vida misma.
Toda la narración se da desde el punto de vista de Leo Hertzberg, un historiador de arte que se encarga de reconstruir los diferentes episodios de su amistad con el artista Bill Weschler desde su presente, que es casi el final de su vida. Así vamos descubriendo cómo se conocen, cómo evoluciona su amistad hasta convertirse en un lazo profundo que no solo los une a ellos sino también a sus familias.
La vida parece transcurrir de forma normal para ellos hasta que un acontecimiento inesperado destruye sus vidas convencionales y a partir de allí la novela empieza a convertirse en otro tipo de historia: la de los padres que deben lidiar con las diferentes formas de perder a un hijo, porque si hay algo que muestra Todo cuando amé es que se puede perder la conexión con una persona en vida día tras día, hasta llegar a preguntarse si en realidad alguna vez existió esa conexión.
Esta novela es conmovedora, reflexiva, pero no aburre. Y no lo hace porque genera muchas preguntas sobre los personajes que se van respondiendo poco a poco, a veces de formas sorprendentes. Tampoco creo que sea un libro para todo el mundo porque cuesta engancharse (buena parte de los primeros capítulos son charlas de intelectuales de New York discutiendo sobre arte y filosofía) y luego cuesta entender de qué se trata realmente. A mí me gustó, pero me dejó una sensación de desasosiego.
Las historias que relatamos sobre nosotros mismos sólo pueden narrarse en pasado. El pasado se remonta hacia atrás desde donde ahora nos encontramos, y ya no somos actores de la historia, sino espectadores que se han decidido a hablar.