El primer recuerdo que tengo de este libro se remonta al colegio. En una clase de español, el profesor nos preguntó cuál era nuestro libro favorito y uno de mis compañeros -de los pocos que se atrevieron a hablar- dijo que su libro favorito era la Isla del tesoro. Lo que más recuerdo es la emoción con la que lo dijo, mientras le contaba al profesor que gracias R.L. Stevenson había descubierto que le gustaba leer y había empezado a adentrarse en otras obras.

Tal vez por eso desde que empecé a leerlo sentí que debía hacerlo con los ojos y el corazón de la adolescencia; pensando en que se trataba de un libro de aventuras tan poderoso como para generar en alguien el gusto por la lectura que es tan poco común en mi país.

La isla del tesoro es una novela en la que Jim Hawkins, un adolescente inglés que vive en plena época imperial, de sed de aventuras y conquistas, se embarca en una aventura en busca del tesoro enterrado por un pirata del que se entera por casualidad. Es un relato de una época que ya no existe y de una sencillez que ahora parece inverosímil, pues desde muy temprano Stevenson deja claro quiénes son los buenos y quiénes son los malos, construyendo a los personajes con las características propias de sus estereotipos: el pirata es tramposo, mentiroso, bebedor, mientras que los héroes son honrados, amables, confiados.

Es un libro entretenido y con ese primer recuerdo que tengo, estoy segura de que puede ser una muy buena herramienta para enseñarle a un niño o adolescente que leer es un placer.