Esta es una de esas novelas que todo el mundo conoce y menciona, un clásico de la literatura y una referencia común cuando se habla sobre Edad media, bibliotecas o investigaciones. Una obra compleja, que por momentos es bastante densa y a veces puede ser incomprensible, pero nunca deja de ser interesante.
En El nombre de la rosa, Adso de Melk, un novicio benedictino en sus últimos años de vida, cuenta un episodio muy particular de su juventud: la investigación de una serie de asesinatos ocurridos en una abadía en el norte de Italia, en la que el investigador principal era su maestro, el fraile franciscano Guillermo de Baskerville y Adso actuaba como ayudante.
Esta es la línea argumental más conocida de esta novela y era la narración que esperaba encontrar en el libro; sin embargo, El nombre de la rosa es mucho —muchísimo— más que eso, pues además de permitirnos seguir esta investigación, la novela nos muestra cómo era la vida monástica en la edad media, cuáles eran las preocupaciones filosóficas y teológicas de los monjes, cuál era la relación y el conflicto entre distintas órdenes, cómo se relacionaban con la Inquisición, cómo los afectaban los conflictos políticos entre el estado y la iglesia, entre otras cosas.
Realmente creo que para alguien como yo, que es buen lector, pero no tiene el bagaje intelectual para entender todas las discusiones y referencias planteadas en el libro, es una obra bastante compleja pero disfrutable, de la que se pueden aprender algunas cosas y se puede sembrar una curiosidad adicional por los diferentes temas y personajes históricos mencionados.
Personalmente hay algo que nunca había pensado y me llamó mucho la atención: en la naturaleza humana está la competencia, el hecho de sentir orgullo por hacer algo mejor que otro o tener algo que otro no tiene. Entre los monjes de esta historia, esto se refleja sobre todo en sus conocimientos y en el hecho de que aplicarlos o defenderlos mejor que los demás los hace soberbios, orgullosos y les otorga cierto tipo de poder. Esto hace que las discusiones teológicas que desde el presente podrían parecer no tener sentido (¿qué importa quién tiene la razón si no tienen aplicación práctica?), fueran sumamente importantes para ellos.
Solo me queda añadir un par de notas sobre esta edición de Lumen. El libro está lleno de frases en latín que no vienen traducidas y, por lo tanto, es útil tener cerca un navegador de internet para interpretarlas. Aparte de eso, esta edición me pareció hermosa y aprecié mucho que incluyera las Apostillas, pues en estas se puede conocer un poco sobre el proceso que siguió Umberto Eco para escribir el libro, sobre las decisiones que tomó y sus intenciones al hacerlo.
Los libros no se han hecho para que creamos lo que dicen, sino para que los analicemos. Cuando cogemos un libro, no debemos preguntarnos qué dice, sino qué quiere decir.