He leído ya unos cuantos libros de Murakami. Y me han gustado. Pero eso no me impide reconocer la sensación de estar leyendo otra versión de los mismos temas y las mismas técnicas: soledad, monotonía, búsqueda de autodefinición, amores truncados, referencias literarias y musicales, silencios elocuentes y misterios sin resolver. Esto no es bueno ni malo, pues en gustos literarios nadie puede (ni debe) dictar reglas, pero esta puede ser una advertencia para quienes no gustan del estilo o la temática de Murakami.
En Sputnik, mi amor, el narrador es K pero la protagonista es Sumire. K es un profesor de colegio solitario que vive una vida rutinaria en la cual Sumire ocupa el papel de mejor amiga, confidente y amor no correspondido. Sumire quiere ser novelista, pero no logra encontrar su camino y en esa búsqueda conoce a Myû, una mujer sofisticada, inteligente e independiente que le muestra el mundo, la cuestiona y la hace redescubrirse.
Como suele suceder en las novelas de Murakami, en algún punto de esta narración «convencional» aparece un elemento surrealista que genera un cambio en el argumento y el ritmo de la narración, además de muchas preguntas que nunca se responden, porque si hay otra cosa que le gusta a Murakami es dejar finales abiertos a interpretación del lector.
En nuestra vida imperfecta las cosas inútiles son, en cierta medida, necesarias. Si de la imperfecta vida humana desaparecieran todas las cosas inútiles, la vida dejaría de ser, incluso, imperfecta.
