El tambor de hojalata no es un libro fácil y definitivamente no es para los lectores ocasionales. Hay que tener disciplina y ganas de leerlo para pasar de las primeras 100 páginas, porque toma tiempo entender lo que se está narrando, acostumbrarse al estilo e interesarse por la suerte de los personajes.
El personaje principal de la novela es Oskar Matzerah, un hombre que se encuentra internado en un psiquiátrico y desde allí recuerda toda su vida, que está lejos de ser común y corriente. Oskar nació en la ciudad libre de Dánzig, lo cual constituye un dato fundamental en el desarrollo del argumento, pues se trata de una ciudad que pasó de ser Prusiana, a independiente, a Polaca, a Alemana y a Polaca de nuevo en tan solo 30 años, con todo lo que eso implica en materia económica y social, y en particular en relación con la xenofobia y el nacionalismo.
Oskar dejó de crecer a los tres años; a esa misma edad recibió su primer tambor de hojalata, descubrió que tocándolo podía controlar a las personas y que con su voz podía romper cristales. Este es el componente de realismo mágico que atraviesa todo el libro, que así como genera situaciones cómicas, también produce tragedias y cuestionamientos morales, en especial porque el contexto es la preguerra, la segunda guerra mundial y la posguerra, en donde muchas pequeñas acciones marcaron a la Humanidad.
Imagino que fue un libro bastante polémico en su época, pues habían pasado solo 14 años desde el fin de la guerra y tal vez algunos de los dolores que se abordan en el libro aún no habían sido superados. Además, esta es una novela llena de insinuaciones, de frases de doble sentido, de comportamientos contrarios a las buenas costumbres, que además contiene algunas escenas lascivas y eróticas poco convencionales. Aplaudo a Miguel Sáenz, porque imagino que no debe ser un libro fácil de traducir y aunque nunca lo he leído en alemán, lo sentí muy bien logrado en español.
De este libro se puede escribir mucho y se puede analizar mucho (se ha hecho y se seguirá haciendo). Yo me quedo con la profundidad de uno de los trabajos que tuvo Oskar: acompañar con su tambor el ritual de pelar cebollas con el único propósito de llorar, en un lugar adecuadamente llamado El bodegón de las cebollas, diseñado exclusivamente para que la burocracia de la Alemania occidental de la postguerra pudiera liberarse de sus sentimientos y sentir algún tipo de alivio.
Como lo dije inicialmente no es un libro para todo el mundo, pero vale la pena para quien realmente esté interesado. Y prometo que después de pasar las 100 páginas llegan las ganas de terminarlo.