En Chanson douce la fatalidad no es una posibilidad sino un hecho. Desde la primera página es claro que hubo un asesinato y que las víctimas fueron dos niños, así que el trabajo del lector es seguir atentamente lo narrado en cada página para unir los puntos y entender qué pasó, y quizás el porqué.

Myriam y Paul son una pareja común. No son millonarios, pero tampoco pasan necesidades; trabajan, salen con sus amigos, viven una vida convencional que empieza a cambiar cuando su familia crece y Myriam debe dejar su carrera para dedicarse a su hija Mila. Con el nacimiento del segundo hijo, Adam, y la aparición de una nueva oportunidad laboral Myriam y Paul deciden buscar ayuda y contratan a Louise, la niñera perfecta.

Louise es puntual, eficiente, previsora, buena cocinera, hábil para hacer manualidades, conecta con los niños, en fin, es un tesoro. Durante mucho tiempo todo funciona perfectamente, ¿a quién no le gustaría encontrarse un tesoro?, pero poco a poco empiezan a aparecer las trampas de la interdependencia que se construye entre la familia y la niñera: la incomodidad de la servidumbre, el traspaso de barreras de intimidad, los intereses encontrados, el desconocimiento de las circunstancias del otro… cada uno se convierte en un ingrediente adicional para construir la tormenta perfecta.

Es un libro fácil de leer pero no fácil de digerir, tanto por la tragedia como por las relaciones que se establecen entre los personajes, que a veces generan incomodidad.