La segunda entrega de la saga de Las dos amigas continúa la historia de Lila y Lenù con el mismo estilo y mayores dramas que la primera. Si La amiga estupenda es ideal para ser adaptada a la televisión, Un mal nombre parece escrita con ese único propósito por todos los pequeños enredos del día a día que contiene.

En la primera parte del libro, Lila empieza a vivir su vida de casada y a darse cuenta de que es peor de lo que esperaba. Mientras tanto, Lenù continúa avanzando en sus estudios y sus vidas cada día se alejan más. Hay momentos en los que parece que se acercan y el rumbo de la historia va a cambiar, hay momentos en los que es inevitable preguntarse si Lenù va a ser capaz de salvar a Lila de la ignorancia y de su matrimonio infeliz y lo curioso es que después de tanta espera, llega el momento de la salvación, pero la intermediaria no es precisamente la amiga estupenda.

Este libro me hizo reflexionar sobre las cosas que no están bajo nuestro control y nos definen, como nacer en un país determinado y en una familia determinada. Lo que somos en cualquier momento de nuestras vidas lo somos gracias a lo que hemos vivido y lo que hemos vivido depende en gran medida de nuestra familia, por los intereses que nos inculcaron, la forma en la que nos enseñaron a expresarnos, las oportunidades que nos dieron o los círculos sociales en los que nos integraron.

Lila y Lenù están marcadas por sus orígenes, pero Lenù ha logrado sustraerse al destino que le tocaba en suerte gracias a pequeñas decisiones tomadas a lo largo de su vida tanto por ella, como por quienes se encuentran a su alrededor. Creo que este es uno de los mensajes más grandes de la saga y que en el caso de esta entrega, se complementa con la ilustración de los diferentes tipos de amor y las diferentes formas de amar, marcadas también por nuestros orígenes.

Todas las cosas del mundo pendían de un hilo, eran puro riesgo, y quien no aceptaba arriesgarse acababa deteriorándose en un rincón, sin confianza con la vida.